Ts: Daniel Tobar Jara/27-06-2025.
Resumen
En las regiones de O’Higgins y Maule, un estudio pionero liderado por la Fundación para la Innovación Agraria (FIA) y apoyado por el Instituto Nacional de la Juventud (INJUV), ha visibilizado un fenómeno que por años ha sido invisibilizado en el diseño de políticas públicas: el emprendimiento juvenil rural. El “Estudio de caracterización de juventud rural emprendedora” revela que un 43% de los jóvenes rurales está emprendiendo, aunque solo un 12% lo hace dentro del sector agropecuario. A pesar de la falta de financiamiento, la escasa capacitación y una institucionalidad que no logra llegar de forma oportuna, los jóvenes muestran un fuerte arraigo territorial y una clara intención de permanecer en sus comunidades rurales.
El informe no solo entrega datos, sino también herramientas para transformar la realidad: permite focalizar mejor el apoyo estatal, fortalecer la articulación entre instituciones y, sobre todo, pensar políticas públicas ajustadas a la juventud rural de hoy. Programas como Savialab y Rebrota de FIA, así como el impulso de iniciativas desde INDAP, apuntan en esa dirección, pero el camino aún es largo. El estudio denuncia también que más del 75% de los jóvenes emprendieron con recursos propios, lo que indica que los fondos públicos no están siendo accesibles ni eficaces.
Este artículo dirigido al mundo campesino organizado y a las comunidades rurales, quiere invitar a reflexionar sobre el rol clave que está jugando una nueva generación de jóvenes rurales que, desde la reventa de productos, la innovación tecnológica, la agroindustria y la alimentación, están construyendo un nuevo paradigma para el desarrollo sostenible en el campo chileno. Su reconocimiento y fortalecimiento deben ser prioridad si se quiere construir un país con equidad territorial, arraigo productivo e inclusión generacional.
Palabras clave: juventud rural, emprendimiento, políticas públicas, desarrollo territorial, agroindustria, innovación, arraigo, O’Higgins, Maule.
Extensión
La juventud rural chilena se posiciona hoy como un actor estratégico para el desarrollo de los territorios, aunque históricamente ha sido relegada en los diseños institucionales del Estado. El reciente estudio de FIA —presentado junto al Ministerio de Agricultura, INJUV y la Universidad de O’Higgins— marca un hito al entregar por primera vez una caracterización específica de jóvenes rurales emprendedores. Este ejercicio de diagnóstico visibiliza una realidad que el mundo rural conoce bien: los jóvenes sí quieren quedarse en el campo, pero necesitan condiciones reales para hacerlo.
Uno de los datos más significativos es que un 43% de los jóvenes rurales de O’Higgins y Maule está emprendiendo. Este número es revelador, especialmente si se considera que la mayoría ha debido hacerlo sin apoyo estatal. Solo un 5% ha accedido a fondos públicos, mientras que el 75% ha financiado su emprendimiento con recursos propios. Esto habla de un sistema institucional alejado de las realidades territoriales, con instrumentos burocráticos y de difícil acceso. Es urgente revisar los requisitos, simplificar procesos, territorializar los programas y generar acompañamientos efectivos.
Además, se pone en evidencia una gran desconexión entre los jóvenes y el mundo agropecuario tradicional. Solo un 12% de los emprendimientos está vinculado al rubro silvoagropecuario. Este dato no debe entenderse como falta de compromiso con el campo, sino como un llamado a modernizar la mirada sobre el desarrollo rural. Muchos de estos jóvenes están vinculados a la agroalimentación, la transformación de productos, la comercialización, la tecnología agrícola o incluso al turismo rural, actividades esenciales para la cadena de valor. Desde esta perspectiva, fortalecer el agro no solo es producir, sino también innovar, diversificar, transformar y agregar valor desde los propios territorios.
Los testimonios de jóvenes como Alfredo Carrasco y Daniela Bignotti —presentes en el lanzamiento del estudio— confirman que sí es posible emprender desde lo rural, pero que se requieren redes, formación, acompañamiento y una institucionalidad que crea y apueste por el talento joven. La voluntad existe: el 60% de los egresados de la Universidad de O’Higgins quiere desarrollarse profesionalmente en su región, y la mayoría de los encuestados quiere seguir viviendo en su comunidad. Lo que falta es un Estado que asuma ese compromiso generacional y territorial, transformando el discurso en programas efectivos y sostenibles.
En este sentido, iniciativas como Savialab (que fomenta la innovación temprana desde los liceos) y Rebrota (que financia proyectos juveniles rurales entre 18 y 35 años), deben escalarse, territorializarse y replicarse. INDAP, por su parte, ya ha comenzado con programas como Mi Primer Negocio Rural, pero su alcance aún es limitado. El desafío es lograr políticas públicas de largo plazo que no dependan del gobierno de turno, sino que formen parte de una estrategia nacional de desarrollo rural con enfoque generacional y de equidad territorial. La articulación con universidades, centros de innovación, municipios y organizaciones campesinas es crucial para que estas políticas lleguen con pertinencia cultural y territorial.
Conclusión
El primer estudio sobre juventud rural emprendedora en O’Higgins y Maule es más que un informe: es una señal de alerta y una oportunidad histórica. Las y los jóvenes rurales no están esperando caridad del Estado, sino herramientas concretas para emprender, innovar y quedarse en sus territorios con dignidad. La evidencia muestra que existe motivación, talento y compromiso. Pero también revela que el actual sistema de apoyos está desenfocado, burocratizado y desalineado con las realidades rurales.
Frente a esto, las organizaciones campesinas, juntas de vecinos rurales, cooperativas, centros juveniles y comunidades indígenas deben asumir un rol activo: exigir la descentralización real de los fondos, ser parte de los diseños de política pública, fortalecer los espacios de formación técnica y socioproductiva, y promover el cooperativismo como vía de sostenibilidad económica para la juventud rural. No basta con aplaudir el esfuerzo individual, se necesitan ecosistemas de apoyo sostenidos y articulados.
La juventud rural es el eslabón que une el presente con el futuro del campo. Su impulso emprendedor debe ser reconocido como un motor de desarrollo sostenible, no solo productivo, sino también social y cultural. Si como país no somos capaces de asegurar a esta generación las condiciones para vivir, trabajar y crear en su territorio, el costo no será solo para ellos, sino para todo el mundo rural, que seguirá perdiendo población, vitalidad y futuro. Este estudio nos entrega una hoja de ruta. Que no se quede en papel, depende de todos.
El estudio completo descargarlo aquí:
https://www.fia.cl/Portals/Estudio_Jovenes_Ohiggins_Maule.pdf
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